Durante los últimos años,
en España -un bonito país que ha demostrado una vez más que su salud mental está
en serios apuros declarando inocente a políticos corruptos y sentando en el banquillo
de los acusados a una persona por investigar crímenes de guerra-, se ha
producido un progresivo y sutil cambio de actitud, especialmente en la
relación entre peatones y conductores. Como si se tratara de dos especies
distintas, ahora más que nunca, se dedican a hacerse la vida imposible mútuamente.
Curiosamente, tiempo atrás
había menos respeto entre ambas especies, pero la relación era mucho más
fluida. La cordialidad brillaba por su ausencia y los pasos de peatones eran
solo líneas blancas pintadas en el suelo. Eran tiempos de gloria para los
conductores, solo ellos decidían si el paso de cebra se convertía en paso de
peatones. Pobre del peatón que cruzaba sin mirar a ambos lados de la calle, se
jugaba algo más que los dientes.
Han pasado los años y la
sociedad ha caído progresivamente en la dinámica de dejar que sea su culo el
encargado de tomar las decisiones más primitivas. Las líneas blancas han dejado
de llamarse paso cebra, para convertirse en el actual paso de peatones, una
pasarela de preferencia peatonal que tiene la peculiaridad de sacar a la luz
todos aquellos individuos que no tienen instinto por la supervivencia:
Los gilipollas.
Ingenuos ellos, como si
nunca hubieran conducido, creen que por el hecho de tener preferencia pueden
lanzarse a cruzar la calle con los ojos cerrados, porque como todo el
mundo sabe, hay un montón de razones para pensar con toda seguridad que el
coche que se aproxima va a frenar:
En primer lugar, por si
no fuera poco el numeroso grupo de conductores que traen de serie una
deficiencia de materia en su área cerebral sensomotora, se le suman aspectos
como la natural pérdida de facultades cuando pasamos de cierta edad, a partir
de los 60 gozamos de los mismos reflejos que una medusa.
En segundo lugar,
desgraciadamente me viene a la cabeza el momento en que vamos conduciendo
tranquilos y a traición suena el atronador "Ai se eu te pego" y,
despavoridos, con el fin de evitar una parálisis nerviosa a través de nuestros
conductos auditivos, desviamos la vista hacia la radio para cambiar de emisora.
En tercer lugar, Padres
que, a pesar de gastarse tres mil euros en dos pantallas de plasma para que los
niños se entretengan viendo películas Disney de niñas de 14 años vestidas como la
Terremoto de Alcorcón y la elegancia de la recurrente Carmen de Mairena, deben
girarse esporádicamente porque siguen tocando los cojones.
Otro motivo para
desconfiar son -como en cualquier otra situación cotidiana-, los conductores de Megane o monovolúmenes en general, que merman
sus facultades para conducir medicándose para tratar su estado de abatimiento e
infelicidad permanente. Esto, sumado a su déficit en el repertorio conductual y
al no tener ni puta idea de conducir los convierte en auténticos nudibránquios
al volante.
Un ejemplo más por el que deberíamos estar atentos es cuando a un conductor de M3 le pica la punta de su penecito y tiene que desviar la vista de la carretera durante 8 minutos para rascarse el prepucio con un mondadientes.
Un ejemplo más por el que deberíamos estar atentos es cuando a un conductor de M3 le pica la punta de su penecito y tiene que desviar la vista de la carretera durante 8 minutos para rascarse el prepucio con un mondadientes.
Y aunque existen muchos
más motivos por los que deberíamos mirar antes de
cruzar, acabaré mis ejemplos con el último grupo de conductores
que sienten placer al atropellar, son pocos, pero es importante que el peatón
sepa que existen. Se hacen llamar los farruquitos.
Por suerte, queda un
sector de la población que sí tiene instinto de supervivencia y deja al margen
su culo en la gestión de toma de decisiones: las madres que pasean a sus bebés
en el cochecito.
A modo de “prueba del
algodón”, tiran primero el cochecito a la calle, y si no pasa nada, entonces
cruzan ellas.
Para concluir, por todos
los motivos que he explicado y muchos más que he dejado para otro día, creo que
a partir de ahora la gente que decida cruzar sin mirar no merece que el
conductor pierda el tiempo frenando, y si lo hace, que sea porque no queda bien
llegar al túnel de lavado con el busto de un señor como mascarón de proa.